miércoles, 27 de julio de 2011

Una hoja se desprende de un plátano más allá. El otoño ha llegado al cementerio y las baldosas bajó mío me cuentan que estoy afuera de cualquier estación. Que sentada acá junto al muerto pareciéramos ser lo mismo. Dos almas que no pueden traer algo nuevo a sí. Estancados en el pasado lloramos por los recuerdos bonitos tanto como por los feos. No podemos sentir nada de un futuro que jamás nos pertenecerá, para bien o para mal. Y sobre nosotros, sólo lo que nos entierra, los resabios de todo aquello que ocurrió después de que ya no pudimos vivir más.
La música que escucho es lo mismo para los dos. Un estado atemporal representado en armonías y melodías. Nos cantan voces sin edad, las paredes están igual de derruidas en cada mausoleo. Acá todos somos iguales, acá no importa qué te hizo morir, las almas vuelan persiguiendo las hojas secas hasta que éstas traspasan los muros volviendo al mundo vivo.
Y yo me quedo sentada. Cambió de peldaño cada vez que el mármol donde reposo toma calor. Quiero que Antonio en su ataúd sepa que no hay distancias entre nosotros dos. La puerta está cerrada pero sus ventanas no, estiro mi mano izquierda y asiento. No, no hay estaciones para nosotros dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario