miércoles, 27 de julio de 2011

Le mort.

Lo sentí temblar. Sentí su miedo disimulado. No supe que hacer. Mentró pánico al darme cuenta de que no tenía la más pálida idea de dónde estaba justo en ése momento. Nos paramos (no sé cómo). Lo miré pero no llegaba a comprender del todo su rostro, no hablo de lo que entrañase su expresión sino simplemente de sus facciones. Nunca me había detenido a observarlo, de hecho me sorprendí una vez por aquellos tiempos sin recordar cómo se veía. De hecho prácticamente no lo conocía, y aún así...
Miré hacia adelante decidida a concentrarme al máximo en la complicadísima y extraña tarea de llegar al kiosco, pero de pronto me distraje con la vereda, que al mirarla desde la perspectiva en la que fui capaz de mirar las cosas esa noche, me resultó comiquísima. Me reí, sé que me reí y que me sentí mal por reírme mientras él relinchaba y seguía sacudiéndose a mi lado. Me di vuelta... ahora sí tenía pánico.
-No te mueras, no acá- dije aún con un resabio de la risa. No lo conocía, y aún así, la idea de que se muriera me resultó la idea más triste del mundo, para mí, para él y para el propio mundo. Volví a implorarlo otra vez, con un tono que seguía sin encajar con la situación, con la congoja que llevaba adentro ni con el cielo rojo y los truenos, no encajaba con sus terremotos corporales, no encajaba. Y seguí repitiéndolo, palabras más palabras menos, hasta que ya no pude comprender absolutamente nada.

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